A Juan Manuel Llano Uribe

POR: JORGE ENRIQUE PAVA QUICENO
 
La semana pasada se acabó una de las pesadillas más largas que pueda sufrir un ser humano y una familia: la impotencia ante una justicia sesgada, apresurada y tendenciosa, obedeciendo a la maledicencia, envidia, odio y rencor destilados desde trincheras poderosas que maquinaron procesos sin sustento y privaciones de la libertad sin argumentos jurídicos. En su momento, los enemigos se solazaron con ver su triunfo mezquino cuando se adoptaron medidas extremas, y celebraron con bacanales el infortunio provocado. 
 
En ese entonces (abril 5 de 2013), escribí una columna en la que defendía la presunción de inocencia (derecho constitucional inviolable) de Juan Manuel Llano Uribe a quien hoy, después de diez años de perder dinero, tiempo y oportunidades, se le declara inocente en más de 27 (VEINTISIETE) procesos judiciales. El último, el del sonado caso de las Sillas del Estadio, tuvo sentencia absolutoria, luego de un largo juicio durante el cual sus padres, don Antonio y doña Josefina (fallecidos en medio del drama), su esposa, hijos, hermanos y demás familia y amigos, sufrieron lo indecible. ¿Y quién recupera lo perdido? ¿Cuál de aquellos individuos que lograron maquinar su detención y mover el aparato judicial tras bambalinas para que, sin pruebas, procedieran a su desprestigio, acorralamiento, encierro, deterioro económico y desgaste humano, ofrecerá siquiera una disculpa, o tendrá un gesto de resarcimiento? 
 
Más aún: ¿cuál medio de aquellos que explotaron la imagen de un ex alcalde llorando en un juicio, o sollozando de impotencia, le ha dado el despliegue compensatorio a su absolución? ¿Cuál emisora, canal, periódico, revista o noticiero se ha dignado anunciar con igual boato la injusticia cometida con el empresario, padre, hermano y amigo? 
Escribí en ese entonces: “Porque detrás de esos grandes titulares de prensa y de esas fotos angustiantes y dolorosas, existen seres humanos con sentimientos; existen familias nobles a quienes les duele y les parte el alma el infortunio y las injusticias; existen padres, esposas, hijos y familiares que tienen que ver cómo se desangra uno de los suyos sin haber sido vencido en juicio; existen seres hoy impotentes que solo han sabido acudir a la decencia y a las virtudes como únicas armas para defenderse ante la sociedad; existen procesos de vida que se truncan por el ansia perversa de unos cuantos que saben cómo y dónde actuar para sacar del camino a sus enemigos. ¿Esto es justicia de verdad?  (Ver artículo anexo)

“Si el día de mañana, en la etapa de defensa se demuestra que todo este proceso está fundado en suposiciones, en escándalos amañados y en verdades a medias, y se determina que aquí no hay culpa porque no existe delito, ¿quién les restituye la honra, el nombre, la credibilidad y el prestigio a aquellos que hoy sufren el rigor de una cárcel y el aislamiento social? ¿Quién les devuelve el tiempo perdido? ¿Quién les devuelve la salud a familiares cercanos que hoy se agravan por cuenta del sufrimiento, la desolación y la injusticia? ¿Quién compensará el sufrimiento de familias enteras que han sido sometidas al escarnio por meros indicios y meras acusaciones vagas?”
¡Y el tiempo me dio la razón! (Aunque yo, en lo personal, prefiero lo que hoy pasa: una justicia que, por su inacción, no tiene riesgo de someter a un inocente a la tortura de la dictadura judicial. ¿Qué es mejor: un culpable libre, o un inocente condenado?). 
Se podrá decir que esta es una defensa del amigo personal, de quien me precio con orgullo de serlo. Pero no; su defensa ya se surtió en los tribunales. Es solo el reconocimiento al ser humano atropellado en procesos que, por mi cercanía y voluntad, tuve oportunidad de conocer a profundidad y saber que se basaron en acusaciones infundadas con ánimos revanchistas y enconos personales. A la persona que sigue hoy generando empresa y empleo, y ayudando a otras que ni conoce, pero que él se siente en la obligación humana de hacerlo. Al hombre admirado por muchos y envidiado por otros y que, aún ante la ignominia, superó todos los escollos hasta demostrar su inocencia, y la de los demás procesados. 
¡El tiempo es sabio y la ley de la compensación inviolable! ¡Aleluya!
 

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