POR: JORGE ENRIQUE PAVA QUICENO
Que un estudiante sea becado en una universidad, es un orgullo y una recompensa al esfuerzo, dedicación, profundidad académica y capacidad demostrada en su institución. Es el reconocimiento a la persona y la exaltación de sus méritos. En general, las personas becadas son dignas de encomio y merecen el lugar privilegiado que la sola beca se encarga de proporcionarles y, en no pocas ocasiones, son profesionales brillantes que engrandecen la sociedad.
Pero en el caso de la beca en Europa de la que es objeto Sofía Petro y que su padre, el señor de las bolsas, ha propagado en redes sociales, queda un sinsabor y un sentimiento de amargura, no por Sofía (quien debe ser una buena persona, a pesar de su padre), sino por el significado y la paradoja que encierra.
No parece lógico que sea la hija del mayor desestabilizador del país; de quien ha tratado por todos los medios (léase todas las formas de lucha) de acabar con las instituciones; de quien con sus acciones tiene en ascuas el presente y futuro de cientos de miles de estudiantes colombianos; del mayor aliado de un grupo sindical, como Fecode, culpable del desastre académico del país; de quien ha infiltrado las universidades con sus camaradas farianos para convertirlas en centros de adoctrinamiento de terroristas; de quien ha impedido la educación normal de miles de estudiantes que quieren cursar sus carreras, pero las ven frustradas por los paros que convoca; de quien, en fin, es el mayor obstáculo que tiene nuestra democracia; no parece lógico, repito, que sea la hija de este individuo quien esté disfrutando de dicha beca.
Porque al alejar a sus hijos de la sociedad colombiana y de nuestro sistema educativo, Petro está demostrando que su lucha es impostada, falsa, traicionera y felona; demuestra que solo busca beneficios personales a costa del sacrificio de toda una generación colombiana de la que debería hacer parte su hija, pero prefiere alejarla para que no sufra las consecuencias del país que él está destruyendo. Es cuestión de supervivencia familiar. Tal vez si sus hijos se quedaran en este país, sufriendo las desdichas que causa y los desmanes que provoca; si tuvieran que exponerse a los incendios que origina, como sí lo tienen que hacer sus compañeros que no pueden optar a becas en el exterior; si tuvieran que exponerse a cursar una carrera que nunca sabrán cuándo va a terminar, porque ese tiempo depende de las aberraciones de su padre; si tuvieran que someterse a una educación plagada de adoctrinamiento que termina reemplazando el pensum; si tuvieran que resignarse a vivir un futuro incierto en Colombia por la tozudez e insensibilidad de su padre; tal vez, solo tal vez, morigeraría sus acciones y disminuiría su violencia. Pero él, en medio de su megalomanía, prefiere alejarlos de este país para que no corran el riesgo de consumirse en los incendios que provoca.
¿Esa es la igualdad social que tanto pregona y por la que dice luchar el señor de las bolsas? Los hechos y las evidencias están demostrando que la supuesta ideología que dicen defender los oligarcas de izquierda, no es más que el embrutecimiento de una generación disfrazado de igualdad social, para el beneficio personal y familiar de sus líderes.
¿Igualdad y justicia social? Igualdad sería que todos los jóvenes tuvieran la oportunidad, opción o acceso a becas en el exterior o, en el peor de los casos, a saber que pueden planear la terminación de sus carreras en Colombia en un tiempo definido. Igualdad sería que aquellos jóvenes que quieren estudiar, y sufren en silencio las injusticias cometidas por órdenes de Petro, tuvieran la opción de volver a las aulas y que el sistema marginara a quienes no les interesa capacitarse, progresar y ser personas de bien. Igualdad sería que la justicia obrara y castigara a quienes violentan la libertad o instigan a los actos de sabotaje, y que bloquean las oportunidades de miles de jóvenes que, a diferencia de Sofía Petro, tienen que sufrir en Colombia las consecuencias de las barbaridades impunes de su padre.
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